Pocas ciudades son tan espectaculares a la vista como el Cusco. Puede ser la ausencia de edificios que impedirían ver el cielo o esa luz sempiterna que exalta su vitalidad con todos sus colores… ¿Por qué es mágico el Cusco?
Para empezar, está ubicado en un valle que ofrece una infinidad de perspectivas a la vista. Los horizontes apuntan hacia las cuatro partes del mundo, señaladas en sus montañas sagradas: Del Senqa al Wanakaure, del Pachatusan al Mamasimona; hasta el nevado Ausangate que, silencioso, preside la escena.
Una ciudad que renace en cada una de sus innumerables fiestas, donde la religión se confunde con la magia. Desde su legendaria fundación, se congregan aquí gentes de todos los confines: cusqueños perdidos en el tiempo se confunden con sofisticados ciudadanos del mundo, pues el Cusco tiene esa atmósfera de pueblo alegre que invita a ser libre y sentirse amigo de todo el mundo.
Cualquiera que haya llegado al Cusco dirá lo mismo: se siente algo inexplicable, una sensación de espiritualidad que solo algunas ciudades pueden provocar, en idioma quechua se diría que es una WAKA, el sagrado lugar de encuentro entre el altiplano, la cordillera y entrada a la selva. Un escenario magnífico que estaba esperando desde el principio de los tiempos.
Pero no es solo la ciudad, en apenas unos minutos, se puede estar en medio de la naturaleza. Las monumentales construcciones de piedra en Saqsaywaman, Q`enqo o Tambomachay dejan la impresión de que la historia está viva y el pasado puede aparecer en cualquier momento.
Recorrer el Cusco, admirar cada paisaje, cada roca, cada flor y forma de vida, descubrir un inmemorial camino, perderse un poco en él y en silencio, sentir la sobrecogedora emoción de ser parte de algo sagrado.