Para los conocedores, una picantería es diferente a una chicheria. En una picantería se sirve gratuitamente un platillo de calabaza, ollucos o lo que fuera, suficiente con que pique fuerte para dar lugar al consumo de la reconfortante chicha, a la cual respetuosamente se la llama “chifón”.

Las chicherias hoy en dia son muchas; y por lo general la gente cree que el horario es el mismo en todas. Por ejemplo en el “Canchón” que se halla en la calle Bayoneta, la hora del “chifón” es alrededor de las cinco de la tarde. Allí hay más de 60 chifoneros, todos compartiendo una democrática mesa de madera; algunos juegan a las cartas haciéndose delicadas señas para trampear en el juego y ganar el costo de una chicha que vale setenta centavos.

Allí los chifoneros del llamado güisqui inkaiko disputan el juego como si fuese el ultimo encuentro con la vida; gritan, insultan, mentan a la madre, golpean la mesa, gramputean al amigo y después le piden perdón. Dicho en una sola palabra ¡se juega a muerte! Quizás porque es la única revancha que todos esperamos con la vida: obreros, empleados desocupados, jubilados, cachueleros.

Al fondo un político avivato totalmente sobrio se mimetiza entre los borrachitos para hablarles de su candidatura. Los borrachitos, perdón los chifoneros, aceptan todo a cambio de un par de caporales cepillados. El hábil candidato, saca su padrón, y sosegadamente comienza a anotar la dirección uno por uno; pregunta por el DNI, teléfonos y además. En un apéndice de la agenda anota el grado de habilidad y compromiso político que puede tener el parroquiano.

Algunos al calor del espumante chifón, comprometen a toda su familia. Posiblemente de entre ellos salga el futuro regidor o por lo menos candidato a algo. La tarde continua, lentamente como el “chuspi” bullicioso que desde hace una hora romancea con el foco amarillento. Al fondo hablan a gritos para dejarse escuchar entre el bullicio sobre la muerte de Alicia Delgado. Otro golpea la mesa y asegura que ha sido la “qarimalica Abencia” quien la mando a matar, porque era su marido. El resto asiente con la cabeza y es momento de decir nuevamente ¡salud! Por la muerta y también por los que vamos muriendo poco a poco en esta tarde.

La atmósfera de una chichería es única; sus focos de 25 watts alguna vez servían para iluminar, ahora simplemente después de tanta mosca con diarrea es casi un bombillo negruzco colgado del techo. Sus mesas son verdaderas pizarras que están llenas de inscripciones con la caligrafía que puede inspirar la chicha bien macerada.

Encuentro inesperadamente a un amigo, con el que solíamos saludarnos sin hablar ni una palabra, fueron mas de 25 años y el está sentado delante mío. Por primera vez intercambiamos una frase completa. Me cuenta de las picanterías, de la “chujchasapa” de Santa Ana, de la “q´elle calzoncha”, la “violista” que ya clausuro su local, el “4 suyos” de Nueva Alta, el “gallo” de Bayoneta, la “chía moño”, la “kukuli” y otras que la memoria atrofiada por el primer vaso de frutillada ya no me permite recordar.

Mientras tanto, el candidato “doctor”, en mangas de camisa sigue conversando eufóricamente con los parroquianos. Levanta la voz, nunca contradice si no los parroquianos lo sacan a paso de polca, reafirma las ideas de los parroquianos:”El APRA es una mierda” ¡Si! Y todos corean lo mismo! Los políticos son una mierda”. Sí, responden.

Les promete transferir los mercados a las abaceras a cambio de un justiprecio. Si, pero no como lo hace el “turco”, cobra muy caro. Rajan de unos y de otros, allí se conoce la vida de todos. Desde el fondo, alguien que desconozco, a voz en cuello me pregunta: ¿Por qué no tomas chicha? ¿Es del Cusco o de donde eres? Salgo del entuerto con una disculpa estomacal y todos se ríen.

Observo que nadie come nada, pero todos tienen su chicha. Allí alguien me advierte al oído: Oye hermano la frutillada solo se toma un vaso, con dos ya te revienta el estomago.

Entrando por el boquerón del “canchón” veo ingresar a un anciano cojito, de muy baja estatura, con un kepí de soldado. Lentamente pasa mesa por mesa ofrece cigarrillos y caramelos. Nadie le presta atención, ni siquiera le responden. El hombre está acostumbrado, mira un dibujo ennegrecido de Javier Solís, parece rezarle en silencio y después se marcha lentamente como entró, arrastrando en silencio su muleta.

Las chicherias, son lo que el Club Cusco para la pituqueria acriollada del Cusco. Allí se definen los destinos de los futuros alcaldes. Hablan del actual alcalde, de su mujer y también de su otra mujer, a la que todos parecen conocer. Allí todo se sabe, para mi sorpresa también la vida de algunos periodistas. (Me abstengo)

Ya es tarde y no tengo mas remedio que retirarme, por mi ágil próstata y antes de que me convierta en candidato, previo ¡Salud! Carajo.

Mario Carrión.

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