Ahora Camila está dedicada al compromiso social, siguiendo las luchas de los maestros en Oaxaca, México, por mejores condiciones de vida. Eso me ha contado su madre, Mariana, que estudió conmigo antropología en la Universidad Católica de Lima ya hace muchos años. Pero Camila ha nacido con un don, o con muchos dones, de esos que hacen que un papel en blanco se convierta en un retrato expresivo, o una combinación de dibujo y colores tengan algún sentido nuevo e inesperado. Ella es una artista, y muy probablemente sea una gran artista porque todo lo hace con naturalidad. Es decir, la misma tranquilidad que tiene para conversar en el desayuno está presente en el momento que está dedicada a sus dibujos.
Cuando Camila llegó a mi casa del Parque Industrial de Cusco tenía 17 años, también mucha calma en sus grandes ojos marrones, llevaba unas botas parecidas a las que solía llevar su madre y tenía otro rasgo parecido a su madre y que seguramente ella no sospecha. Y es que despierta con el rostro brillando, como deslumbrado, lo que resultaba fácil de percibir mientras desayunábamos. Y cómo he tenido muchas visitas en casa en los últimos años, es simpático cuando tienes una visita, que es como tu sobrina muy pero muy joven, y que en realidad comprende todo con tranquilidad, de modo que hablábamos del fracking en Vaca Muerta, la Patagonia, Neuquén, Argentina, me preguntaba qué era eso, y luego cuando la conversación ya se desvanecía, ella levantaba su taza, mi taza, los llevaba al lavadero y en un tris los dejaba remojando. Le decía que de todas maneras llevara su casaca por si sentía frío, y salíamos a tomar el Ttio La Florida para ir un rato al centro, no pensando en nada especial. Siempre había sentido curiosidad por las iglesias de Huaro, Andahuaylillas y Canincunca y las pinturas que hay en sus paredes. Sin embargo, la curiosidad mayor por años recayó en las pinturas de Tadeo Escalante que están en la Iglesia de Huaro, pintor de principios del siglo XIX, que sabía tenebrosas e infernales. Le dije a Camila que íbamos para allá y ella como si tal cosa. Luego de desayunar fuimos caminando desde mi casa que está en el Parque Industrial, hasta el paradero de los ómnibus a Urcos, que está frente al Hospital Regional, y al rato el viento corría por las ventanas. Camila saludaba a las señoras que la saludaban cariñosas, y sabe Dios de qué yo le estaría hablando, que ella tenía muy buena formación en biología y por esos días yo andaba preocupado por los organismos unicelulares y la aparición de los organismos pluricelulares, y como suelo absorberme en el diálogo, de pronto ya estábamos en Andahuaylillas (me había detenido un momento en mi diálogo, aún en el bus, un rato antes, hacía mucho sol, y le había dicho a Camila que la laguna Wakarpay, a la que últimamente estaban llegando las parihuanas –flamencos blanquirrojos- desde la Bahía de Paracas, fenómeno inédito que sólo se podía comprender por el cambio climático). Bajamos en el mercado de Andahuaylillas y anduvimos, yo tranquilo, Camila sacándole fotografías a todos los muros de adobe que estaban coronados en su cima por cactus de formas diversas. Visitamos la colorida y bella iglesia de Andahuaylillas, y extrañamente queríamos una fotografía en la sala de souvenirs de una luna con muchas estrellas. Esa era la fotografía que preferíamos de las imágenes sobre las paredes del bellísimo templo. Y al cruzar la plaza nos topamos con un ómnibus que estaba estacionado y completamente destrozado, todo el parabrisas roto y la parte de adelante como un acordeón por el choque. Y nos fijamos en el nombre de la empresa del ómnibus, decía claramente MILAGROS sobre el chasis verdoso. No sonreímos, estábamos serios. Luego estuvimos en Huaro y nos quedamos mucho rato ante las pinturas que estaban en la puerta de la Iglesia, ante las pinturas de Tadeo Escalante. Había una pintura de la muerte que tenía infinidad de detalles en la nave izquierda, y de pronto nos quedamos concentrados en el perro del extremo derecho y del lado inferior: parecía un dálmata, un dálmata que estaba cercano a la imagen de la muerte, un esqueleto con un albornoz y su espantosa guadaña. “Pero ese dálmata –le decía yo a Camila- tiene las manchas demasiado gruesas. ¿Así serían los dálmatas a inicios del siglo XIX en los Andes?”. Luego me he enterado que hay una especie nativa de alco (perro) que tiene manchas y no tiene pelo. Pero nos quedamos con la idea de que el dálmata en su proceso evolutivo hacia inicios del siglo XIX tenía menos manchas y estas eran más grandes, confiábamos en la precisión zoológica de la pintura de Tadeo Escalante.
Por Pablo Del Valle.