Un niño que empuja su skateboard con el pie y elude a los grupos de turistas que hablan en francés mientras su guía va adelante con una banderita verde, un joven que con un pantalón negro y una camisa blanca interrumpe a los que van caminando para ofrecerles la carta de una pizzería, un hecho molesto por el cual los visitantes pasan una y cien veces; se forma una cola larga de cusqueños los días sábados y domingos para comprar uno o varias tamales cusqueños; perros animados y que en intensas carreras se topan unos con otros entre el pasto verde, perros de raza que hay muchos en Cusco pues sus dueños tienen la predilección de sacarlos a la Plaza de Armas del Cusco, plaza que luce amplia, despejada, libre, con una larga fila de balcones coloniales sobre sus portales que la rodean íntegramente. Juzgar lo que vemos tiene poco interés, porque las imágenes se suceden tan raudamente que uno simplemente recuerda el día que fue a la heladería italiana de calle Santa Catalina Ancha, adquirió un helado de chirimoya, se sentó en las escalinatas de la Catedral, y vio el sol cayendo sobre la Plaza plenamente, los muchos jóvenes de muchas nacionalidades rodeando la fuente de la Plaza, y que de pronto, todo el movimiento febril de la tarde en la Plaza adquiría sabor a chirimoya.

Hay muchas apreciaciones diferentes en relación a la Plaza de Armas del Cusco, y estas apreciaciones diversas están relacionadas con el observador. Si bien tiene un exceso de historia, las nuevas generaciones recuerdan las fotografías del escritor argentino Julio Cortázar que tiene como fondo una placa que señala el lugar en que fue juzgado Tupac Amaru II dentro del Paraninfo de la Universidad San Antonio de Abad del Cusco. Los tiempos cambian y los pensamientos cambian. Sin embargo, sí hay un punto donde la discrepancia se acentúa, y es que la Plaza de Armas albergue locales de fast food como el Kentucky Fried Chicken, Starbucks, Bembos. Para el turista, al parecer no es extraño, pero los más críticos señalan ácidamente que han convertido el Cusco en un “Disneylandia de cartón piedra con motivos incas”, porque también sobre el centro de la Plaza, encima de la fuente, han colocado la escultura pequeña de un inca dorado, que en el día del Inti Raymi está adornado con unas escaleras de terciopelo rojo para que los turistas suban a ella y tengan un recordatorio de su paso por el Cusco y un escenario de piedras de cartón que parecen provenir de la serie de televisión de los Picapiedra.

Definitivamente el turismo ha alterado la Plaza de Armas, o más bien no el turismo, sino la noción que tiene el cusqueño de aquello que puede llamar la atención al turista. La Iglesia Católica gana muchísimo dinero en el alquiler de los locales de fast food, y sin embargo, a pesar de estos cambios visuales, las fiestas tradicionales cusqueñas siguen teniendo como epicentro religioso a la Plaza de Armas, el Corpus Chisti, la procesión del Señor de los Temblores, el Santurantikuy en día previo a la Navidad. Todavía en los días en los que se realiza la peregrinación del Señor de Qoyllur Rit’i, los grupos de danza se acercan a la Iglesia del Triunfo, y los qapaq chuncho dan sus pequeños brincos, y en el Cruz Velacuy se colocan muchas cruces en la pared lateral de la Iglesia del Triunfo.
A veces uno se acerca a la Plaza de Armas con el motivo exclusivo de observar rostros que sabe, tal vez nunca vuelva a ver en la vida, pues siempre hay algo muy efímero y fugaz en las presencias humanas que han llegado a visitar la ciudad, y se queda mirando a alguna turista que está muy concentrada y libre, sentada en el suelo, dibujando en su libreta la Iglesia de la Compañía, y si se adentra en esa Iglesia se encontrará con unas tenebrosas catacumbas junto al altar, donde están enterrados los sacerdotes de la orden de los siglos XVII y XVIII, o el mismo temor brotará si ingresando a la Catedral, observa la gran cripta central, aunque uno se sienta en alguna de las silletas de las capillas laterales donde bajo una imagen de Cristo, cientos de velas se derriten, y una anciana arrodillada expresa toda su devoción en el murmullo de sus rezos.

Por: Pablo Del Valle.